Durante el proceso evolutivo se sufren una serie de crisis que no representan catástrofes sino ruptura de la continuidad o lo que es lo mismo modificaciones que te llevan a dejar algunas cosas y a adoptar otras. Así, durante toda nuestra vida sufrimos cambios que nos conllevan a algunas pérdidas, por ejemplo, cuando entramos a la adolescencia y dejamos de tener ciertos privilegios de niños, ó cuando dejamos la universidad para ir a buscar trabajo, ó cuando dejamos el trabajo para quedarnos en casa producto de la jubilación. Todas estas pérdidas son necesarias para el curso de la vida y para lo cual es imprescindible que nos adaptemos y es allí donde la identidad y la autoestima permiten que el adulto mayor llegue a la vejez satisfactoriamente.
Siguiendo con este orden de ideas, las crisis generan cambios, uno no puede ser igual desde que nace hasta que muere, pero si se puede mantener la misma identidad porque ésta se conserva a través de los cambios.
Por lo general, cada vez que cumplimos años ó enfrentamos alguna muerte cercana, ó al casarse un hijo ó al tener un nieto, ó al llegar la jubilación, nos hacemos las mismas preguntas que en la adolescencia ¿Quién soy yo? ¿Cómo soy? ¿Qué he cambiado? ¿Hacia dónde voy?, lo cual no es más que la confirmación de nuestra
identidad y con ella el valor que nos otorgamos, la autoestima.
Anteriormente se dijo que la identidad tiene un componente cognitivo, el cual se forma conjuntamente con los otros… por lo tanto como actores sociales desempeñamos roles que nos identifican y forman parte fundamental de nuestra identidad.
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