Por eso, al llegar a la vejez y con ella la jubilación sufrimos la pérdida del rol social, pues por algunos años uno se identificaba como “soy trabajador de…” “soy gerontólogo…” “soy ama de casa…” “soy…” y ese “soy” representaba una parte de la identidad.
También ocurren cambios físicos que hacen que te veas distinto. El cuerpo y la imagen que de él se percibe muestran transformaciones que al principio se viven como ajenas hasta que se las incorpora (canas, arrugas, piel no tan tersa, motilidad disminuida, cansancio más fácil, disminuciones al nivel sensorial, cambio en la potencia sexual, cambios en la memoria, entre otros). Por tal razón, es conveniente conocerlos y posicionarse en este período, aceptando esas limitaciones.
Indudablemente que estos hechos que marcan inexorablemente el paso del tiempo y hacen sentir las pérdidas: hijos que se van, muertes más o menos cercanas, muertes que muchas veces nos acercan a la propia, hacen que el adulto mayor se sienta sacudido en su identidad.